La expedición británica a su llegada al polo Sur:
Izquierda a derecha, de pie: el capitán Lawrence Oates, el capitán Robert Falcon Scott y Edgar Evans
Sentados: el teniente Henry Bowers y Edward Wilson.
LA CONQUISTA DEL POLO SUR
"En la mañana del 14 de diciembre, el tiempo era magnífico, como si todo estuviera preparado para llegar al Polo. No estoy del todo seguro, pero creo que despachamos nuestro desayuno más rápido que de costumbre, y enseguida salimos de la tienda”. El explorador noruego Roald Amundsen amaneció ese 14 de diciembre de 1911 con buenos presagios, tal como relata en su diario. Estaba convencido que ese día lograría, junto a sus compañeros Olav Bjaaland, Oskar Wisting, Sverre Hassel y Helmer Hanssen, convertirse en la primera persona que llegaba al polo Sur. Amundsen no se equivocaba y, unas horas después, a las tres de la tarde, los guías de los tres trineos gritaban: “¡Alto!”. Tras 54 días de marcha, habían alcanzado el polo Sur.
El equipo rival, liderado por el militar británico Robert Falcon Scott, también lo logró, pero un mes después, el 17 de enero de 1912, y perdieron la vida en el camino de vuelta tras una tortuosa travesía. “¡Se ha producido una catástrofe!; ¡Amundsen y sus noruegos nos han precedido! La decepción es grande; me conduelo sobre todo por mis valientes compañeros”, escribe Scott en sus diarios (Diario del polo Sur, Interfolio).
El 16 de enero fue un mal día: Scott y sus hombres (Edward Wilson, Henry Bowers, Edgar Evans y Lawrence Oates) divisaron marcas de trineos y esquís, huellas de perros y vestigios de un campamento. Se temieron lo peor. Al día siguiente, ya en el mismo polo Sur, comprobaron con enorme disgusto que sus sospechas eran reales, Amundsen se les había adelantado. ¿Cómo regresar a Gran Bretaña con tal derrota?
Cien años después de la hazaña de Amundsen, una treintena de expediciones de todo el mundo se encuentran estos días en la Antártida, intentando plantarse en el polo Sur coincidiendo con este centenario, el próximo miércoles, día 14, fecha de grandes celebraciones para los noruegos.
Ahora, las cosas han cambiado y los largos viajes en barco han sido sustituidos por un cómodo trayecto de avión que deja al expedicionario en el punto de salida y lo recoge, si lo desea, en el mismo polo Sur. Las comunicaciones y los sistemas de navegación por satélite facilitan seguir la ruta con escaso margen de error y avanzar en el hielo con la tranquilidad de que si algo sale mal, puedes pedir ayuda con una llamada de teléfono.
Entre los equipos que avanzan rumbo a la latitud 90º S destaca el del ejército británico, dividido en dos grupos; uno sigue el itinerario de Amundsen, y otro, el de Scott. Ambos van sólo con trineos y esquís, ya que hace años se prohibió el desembarco de perros o caballos en la Antártida. El objetivo es ver quién llega primero. Las nuevas tecnologías facilitan seguir al minuto la evolución de ambos: las primeras dos semanas fueron ligeramente favorables para el Scott Team, que había completado el 15,1% de la travesía frente al 13,4% del de Amundsen.
En 1911, la Antártida garantizaba un aislamiento total. Amundsen sólo contaba con la ayuda de sus perros groenlandeses que tiraban de los trineos, y Scott, además de algunos canes, también contaba con ponis de Manchuria y dos trineos motorizados, que tuvo que abandonar a las primeras de cambio como consecuencia de una avería.
Una exhaustiva planificación de todos los detalles: la vestimenta, la comida, los animales de tiro, la ruta, la instalación de depósitos con alimentos y combustible más allá de la latitud 80º S, facilitó la victoria a Amundsen. Los ponis de Scott fallaron, no soportaron las inclemencias del tiempo, con temperaturas que descendieron hasta los 59,9 grados bajo cero; también se quedó sin perros, y los hombres tuvieron que culminar el ataque al polo Sur arrastrando directamente los trineos.
El sueño que siempre había acariciado Amundsen era pisar el polo Norte, para lo que se había preparado concienzudamente desde joven, aunque en septiembre de 1909, cuando le llegó la noticia de que Robert Peary se le había adelantado (posteriormente se cuestionó que realmente hubiera llegado a la meta), viró por completo el timón fijándose un nuevo rumbo, el punto más austral de la Tierra.
“De pequeño, ya sabía que quería ser explorador y se fue formando para lograrlo. Su familia tenía una naviera, pero se enroló como marinero en el barco de otra compañía para aprender el oficio desde abajo. Dormía con la ventana abierta y en el suelo para acostumbrarse al frío y se impuso un programa de preparación física para estar en la mejor forma posible. Era un explorador muy adelantado a su época”, cuenta el científico y escritor Javier Cacho, autor de Amundsen-Scott, duelo en la Antártida. La carrera al polo Sur (Ed. Fórcola), de reciente publicación.
En 1897, en su primera incursión antártica a bordo del buque Bélgica , quedó atrapado durante un invierno en el mar helado, lo que le sirvió para aprender las técnicas de navegación entre bloques de hielo. También resultaron muy provechosos los dos inviernos que pasó con los esquimales tras ser el primero en surcar el Paso del Noroeste, entre los océanos Atlántico y Pacífico, uno de los grandes retos que quedaban en el mundo de la exploración polar. Con la población local de Nunavut (Canadá), profundizó sobre técnicas de supervivencia y sobre el manejo de los trineos tirados por perros.
Con toda esta experiencia acumulada, Amundsen se sintió listo para abordar el polo Sur, pero ocultó sus planes hasta el último momento para llevar ventaja sobre su rival. Hizo creer al mundo que su reto era el polo Norte. En su casa de Bundefjord, cerca de Christiania (la actual Oslo), planificó en secreto la expedición: seleccionó a sus integrantes, todos excelentes esquiadores; eligió la vestimenta, que incluía trajes de piel de foca traídos desde Groenlandia, y el calzado que utilizarían durante la travesía polar; diseñó la cabaña de madera que los alojaría una vez desembarcados en la bahía de las Ballenas; encargó diez trineos y el instrumental científico, y estudió cuál sería la mejor dieta. Los alimentos estrella serían la carne de foca, también la de perro, y el pemmican, un concentrado hipercalórico, inventado por los indios de Norteamérica, a base de carne o pescado seco molido, bayas desecadas y grasa. Amundsen incorporó verduras y harina de avena a este preparado, que podrían comer tanto los perros como los expedicionarios. Los canes cumplieron eficazmente su misión: además de conducir a los noruegos hasta el polo Sur, sirvieron de alimento cuando fue necesario.
El Fram , comandado por el capitán Nilsen, partió el 3 de junio de 1910 de Christiania –dos días antes lo había hecho el Terra Nova de Scott desde Inglaterra– rumbo a Bunderfjord, donde cargaron la casa de madera que reconstruirían pieza por pieza en la Antártida y que sería su base de operaciones. Posteriormente, recogieron 97 perros esquimales procedentes de Groenlandia y emprendieron rumbo a su primera escala, Madeira, sin que la tripulación, mucho menos Scott, supiera todavía cuál era su destino. Fue en Funchal donde les dio la noticia.
“Habíamos embarcado 97 perros; ahora el número había crecido hasta 116 y prácticamente todos estaban preparados para la marcha final hacia el polo Sur”, escribía Amundsen en su diario, publicado en castellano por la editorial Interfolio (Polo Sur. Relato de la expedición noruega a la Antártica del ‘Fram’, 1910-1912), el 14 de enero, el día que el Fram alcanzaba la barrera de hielo del mar de Ross.
Primer acierto de Amundsen: instalar la base de operaciones en la bahía de las Ballenas, un grado de latitud más cerca del polo Sur que el punto de partida elegido por Scott, en el estrecho de McMurdo, en el cabo Evans. Amundsen sostenía, y así pudo comprobarse más tarde, que esta bahía descansaba sobre una sólida plataforma, al contrario de lo que creía otro de los exploradores polares de referencia, Ernest Shackleton.
“El hielo era un hervidero de vida. Allá donde volviésemos la mirada, podíamos ver rebaños de focas de diferentes especies, sobre todo de Weddell y cangrejeras”, apunta Amundsen tras desembarcar en la bahía de las Ballenas y explorar la zona en busca del lugar idóneo para montar la base de operaciones, la que sería su casa durante los próximos meses.
El lugar elegido fue el valle formado por los montes Nelson y Rönniken, a cuatro kilómetros del barco. Allí construyeron su casa, bautizada Framheim (el hogar de Fram), y los almacenes que albergarían todas las provisiones y el material. Durante esta primera etapa de la aventura antártica, entre finales del verano y el otoño austral, se dedicaron a cazar focas para aprovisionarse de carne fresca, un apreciado antídoto contra el escorbuto; acabar de construir el campamento, y emprender los primeros viajes hacia el sur para montar los depósitos de avituallamiento, donde dejarían los alimentos y el combustible que utilizarían
en el ataque final y a la vuelta.
en el ataque final y a la vuelta.
El primero de estos viajes se inició el 10 de febrero, unos días antes de que zarpara el Fram, que, tal como habían establecido, regresaría un año después para recogerlos. Salieron cuatro hombres con tres trineos cargados cada uno con 250 kilos de provisiones (pemmican, carne de foca en filetes, grasa, pescado seco, chocolate, margarina y galletas), arrastrados por 18 perros.
“El 14 de febrero alcanzamos los 80º de latitud sur. Desgraciadamente, no pudimos hacer ninguna observación astronómica durante aquella jornada, pues el teodolito que habíamos llevado resultó que no estaba en condiciones, aunque, en observaciones posteriores, comprobamos que habíamos llegado a 79º 59’ S. Hasta ese punto dejamos señalada la ruta con cañas de bambú y banderas colocadas cada 15 kilómetros”, escribe Amundsen. La correcta señalización de los puntos donde iban dejando los depósitos era determinante para el posterior éxito de la misión. Por eso, al ver que las banderas eran insuficientes, buscaron otros recursos para dejar bien marcada la zona: cajas vacías y fardos de pescado. Así era más difícil perderse.
“Amundsen calculó hasta el último detalle, marcó con precisión los depósitos, lo que propició que los encontrara todos, mientras que en el caso de Scott no fue así. También selló correctamente los bidones de combustible, básico para preparar la comida y calentarse en el interior de las tiendas. En cambio, Scott se encontró con que se había desparramado el queroseno de algunos tanques”, apunta Ángel Sanz, editor de Interfolio, que ha publicado en castellano los diarios de ambos exploradores.
Amundsen lo tenía claro: “Nuestro éxito dependía enteramente del trabajo realizado durante este otoño, es decir, llevar la máxima cantidad posible de provisiones lo más al sur posible y, después, poder encontrarlas con total seguridad y sin vacilaciones”. Los viajes durante el otoño austral se repitieron, el último concluyó el 11 de abril, después de transportar tres toneladas de carga hasta los almacenes habilitados a 80º, 81º y 82º S. También durante estos meses previos al invierno aprovecharon para cazar focas (hasta 60 toneladas) para alimentar a nueve hombres y 115 perros.
Amundsen escribe que esa fue una etapa feliz y confortable; acomodados en Framheim, durante sus horas de asueto disfrutaban de la lectura y de un menú exquisito. “Cada día nos gustan más los filetes de foca. Para el desayuno, tenemos de forma regular galletas calientes con mermelada, y Lindstrom sabe tantas formas de prepararlas que en el mejor de los hogares americanos no serían capaces de superarle. Además, tenemos pan, mantequilla, queso y café. Para comer, principalmente, carne de foca y dulces de fruta en conserva de California, tartas y pudin enlatado. Para cenar, filete de foca con mermelada de arándanos, queso, pan, mantequilla y café. Cada tarde de sábado, un vaso de ponche y un cigarro. Debo confesar con franqueza que nunca he vivido tan bien”.
De sus palabras se deduce que hambre no pasaron y que tenían la moral en la estratosfera, algo de lo que no podía presumir Scott, quien sufrió un duro revés al ser informado de que Amundsen no se dirigía al polo Norte. Lo que no escribe Amundsen es que, durante esta etapa de reclusión en Framheim, se vivieron momentos de tensión al aflorar discrepancias sobre cuál era el mejor momento para iniciar la travesía.
Los caracteres de uno y otro explorador poco tenían en común. Amundsen, pragmático, no sentía reparos en enviar a la sartén focas, pingüinos y perros. Scott, más sensible, consideraba atroz matar a sus compañeros de viaje, sentía un enorme respeto por todos los animales. Amundsen reconoce que llegó a ser cruel en extremo con algunos de sus perros, obligándoles a recorrer largas distancias con cargas de varios centenares de kilos y con heridas sangrantes.
La travesía al Polo empezó para Amundsen el 20 de octubre; más tarde para Scott, el 1 de noviembre, y con el inconveniente añadido de que se encontraba un grado más alejado que su rival del destino final: los 90º S. Los cinco noruegos partieron con cuatro trineos arrastrados cada uno por trece perros. Las primeras etapas se cubrieron cómodamente, los perros avanzaban a una velocidad media de 7,5 km/h hasta que, a mediados de noviembre, toparon con los desafiantes glaciares. Pasados los 85º calcularon que desde ese punto hasta el polo Sur y el trayecto a la inversa sumaba un recorrido de unos 1.100 kilómetros, por lo que decidieron llevar provisiones para 60 días y dejar allí el resto.
El 17 de noviembre, abordaron la ascensión a las montañas de hielo, fueron jornadas laboriosas, extenuantes y peligrosas, de subidas y bajadas, que culminaron sin tener que lamentar pérdidas, aunque volvieron a surgir diferencias y Amundsen sintió cuestionado su liderazgo.
En la planicie, las aguas volvieron a su cauce, pero se avecinaba otro momento duro, pues tuvieron que sacrificar 24 de los 42 perros para asegurarse comida para el resto de la marcha. “Se respiraba un ambiente de tristeza y depresión, pues habíamos tomado mucho cariño a nuestros perros. La Carnicería fue el nombre que pusimos a aquel lugar. Acordamos permanecer allí dos días para descansar y comernos los perros”, relata Amundsen.
Durante esas mismas fechas, se reunieron todos los miembros de la expedición de Scott que seguían en liza y que se habían dividido en varios grupos: 16 hombres, diez caballos en estado lamentable, 23 perros y trece trineos. Sólo los mejores abordarían el ataque final al polo Sur: Scott, Wilson, Evans, Bowers y Oates.
Amundsen se apuntó un pequeño triunfo el 7 de diciembre cuando superaron el punto más austral al que había accedido Shackleton en 1909, 88º 23’ S. Cerca de allí construyeron otro almacén donde dejaron unos 100 kilos de carga y aligeraron peso cara al sprint final. Mientras, los británicos afrontaban un temporal con vientos que soplaban a una velocidad de casi 100 km/h y con escasez de comida para los caballos.
Los perros de Amundsen podían alimentarse con la carne de sus congéneres; no era este el caso de los equinos, a los que el hambre y las bajas temperaturas fueron aniquilando. Los que quedaron vivos fueron sacrificados para que no sufrieran más en un campamento que, como el de los noruegos, fue bautizado La Carnicería.
Angustia y miedo. Amundsen y los suyos recorrieron los últimos ocho kilómetros hasta el polo Sur con el corazón en un puño. ¿Habría llegado Scott antes? Ni muchos menos. Los británicos se afanaban en superar el glaciar Beardmore, “un río helado de 200 km de longitud y en algunos puntos de más de 70 km de anchura, encajonado entre montañas de más de 4.000 metros”, escribe Javier Cacho. Aquí se quedaron sus últimos perros; los británicos tuvieron que continuar tirando ellos de los trineos. Amundsen ya podía cantar victoria.
Cuando, un mes después, Scott alcanzó el mismo punto, leyó con resignación la nota que Amundsen le dejó en una tienda: “Como usted será probablemente el primero en llegar aquí después de nosotros, ¿puedo pedirle que envíe la carta adjunta al rey Haakon VII de Noruega? Si los equipos que hemos dejado en la tienda pueden serle de alguna utilidad, no dude en llevárselos. Con mis mejores votos. Le deseo un feliz regreso”. La humillación, las tormentas y el hambre pudieron con Scott y sus hombres, que no lograron regresar. Una expedición británica halló en noviembre de 1912 sus cadáveres y el diario de Scott: “Ya toda esperanza debe ser abandonada. Esperaremos hasta el final, pero nos debilitamos gradualmente, la muerte no puede estar lejos”, dejó escrito el 29 de marzo.
Antes de leer:
1.-¿Conoces la historia de la conquista del Polo Sur?
2.-¿Por qué querían los exploradores llegar al Polo Sur?
Después de leer:
1.-¿Quién fue el primero en llegar al Polo Sur, y cuándo?
2.-¿Quién era el otro explorador, y por qué llegó segundo?
3.-Realiza una descripción de 5 líneas sobre la expedición de Admusen (cuándo partió, qué le sucedió en la travesía polar, cuándo llegó, qué tipo de alimentación llevaba, qué tipo de transporte utilizaba (animales, trineos):
4.-Realiza una descripción de 5 líneas sobre la expedición de Scott (cuándo partió, qué le sucedió en la travesía polar, cuándo llegó, qué tipo de alimentación llevaba, qué tipo de transporte utilizaba (animales, trineos):
Actividades complementarias:
1.-Realiza un resumen de 10 líneas sobre las expediciones de Admusen y Scott:
2.-Realiza el dibujo de la Antártida:
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