REPORTAJE
Marco Polo, viajero en la China del siglo XIII
Marco Polo (1254-1324) fue un mercader veneciano célebre por sus viajes a Asia a través de la Ruta de la Seda. El relato de sus aventuras cautivó a millones de lectores durante siglos.
Al año de nacer, en 1255, su padre y su tío emprendieron conjuntamente una expedición hacia Asia, donde, al parecer, conocieron al emperador mongol y primer monarca de la dinastía Yuan (元, 1271-1294) Kublai Kan (1215-1294), quien los mandó llamar cuando se enteró de la presencia de dos comerciantes occidentales en tierras chinas. No regresaron a la república Veneciana hasta 1269, cuando Marco Polo contaba ya con 15 años de edad, encontrándose padre e hijo en persona por primera vez. Trajeron el recado de Kublai Kan, muy interesado en el cristianismo, de regresar con una delegación de cien curas y un cargamento de agua bendita.
Viaje a China
Así, en 1271, con la bendición del Papa Gregorio X (1210-1276), Marco Polo, ya con 17 años, su padre y su tío se embarcaron juntos en un épico viaje a Asia –acompañados únicamente de dos curas de los cien prometidos que regresaron al poco de partir debido a la dureza del viaje- en el que visitaron Israel, Armenia, las regiones del actual Georgia, el mar Caspio, el Golfo Pérsico, Persia y Afganistán hasta llegar a China cuatro años después, tras haber recorrido miles de kilómetros, toda la Ruta de la Seda y atravesado ríos, montañas, bosques, desiertos y la cordillera del Pamir, que les abrió las puertas del imperio de Kublai Kan, quien les recibió en su palacio de verano conocido como Xanadú –en lo que sería la actual provincia de Mongolia Interior–.
Esta larga y ardua travesía hizo que Marco Polo despertara su espíritu aventurero y se deleitara con cada uno de los paisajes, de las gentes, de los pueblos y de las desconocidas maravillas con las que se iba encontrando. Su extraordinaria memoria de cada uno de esos lugares y culturas sería clave a la hora de escribir con todo lujo de detalles y exactitudes sus andanzas en El libro del millón, relato que dio a conocer en la Europa Medieval las tierras de Asia Central y China.
Marco Polo escribió lo siguiente sobre el recibimiento que el emperador mongol le otorgó a su padre: “Se arrodillaron frente a él [Kublai Kan] y le reverenciaron con gran humildad. El Gran Kan les hizo acercarse y los recibió con todos los honores y les deleitó con gran alegría. Les hizo muchas preguntas acerca de su estado y de cómo les fue tras su partida. (…) Después le entregaron las acreditaciones y cartas del Papa, que recibió con gran agradecimiento, le dieron el agua bendita (…) Cuando el Gran Kan vio a Marco, un joven mozuelo, le preguntó quién era. ‘Es mi hijo y su siervo’, le contestó Messer Niccolo”.
Su estancia en China
En un principio planearon estar ausentes de Venecia solo unos años, pero en total fueron 23, de los cuales unos 17 vivieron en China. El soberano Kan, impresionado ante su capacidad de hablar cuatro idiomas, pronto tomó a Marco Polo bajo su protección personal, le demostró su confianza absoluta, le asignó todo tipo de misiones, ingresó en el cuerpo diplomático de la corte, fue nombrado gobernador de la ciudad de Yanzhou, recaudador de impuestos y enviado chino en el Tíbet, Birmania, la India y otras zonas vecinas. Con él siempre llevaba el sello oficial de Kublai Kan que le abría las puertas a los confines más alejados. Asimismo, su padre y su tío también ocuparon posiciones importantes en el gobierno del emperador mongol.
De todos sus viajes Marco Polo amasó no solo un gran conocimiento sobre el imperio mongol, en pleno apogeo, su riqueza y estructura social, sino también aprendió sobre el esplendor de la capital, su organización administrativa, el sistema de correos imperial, la estructura del ejército mongol, la construcción de obras públicas, la artesanía y fabricación de la seda, la cacería, el empleo del carbón como combustible, el funcionamiento del Gran Canal y el uso del papel moneda, idea esta que fracasó en Europa al sustituir el oro y la plata como dinero metálico. Las historias postreras de Marco Polo mostraron que se trató de lo que más tarde se conocería como un antropólogo y etnógrafo. Sus escritos muestran en realidad muy poco sobre él mismo o sus propios pensamientos, sin embargo, ofrece al lector descripciones subjetivas sobre culturas que él llegó a conocer y admirar.
Marco Polo se enamoró de la ciudad de Hangzhou, capital de la dinastía Song del Sur (1127-1279), de sus canales y del Lago del Oeste, similar en cierto modo a Venecia, y la visitó con mucha frecuencia. Consecuencia de ello fueron los múltiples escritos que dedicó a alabar esta hermosa ciudad y su bucólico entorno.
El regreso a casa
Después de más de 17 años en China y tras haber acumulado una gran fortuna en oro y joyas, los Polo decidieron que había llegado el momento de regresar a Venecia. Esa decisión no agradó mucho a Kublai Kan, quien ya se había más que acostumbrado a su presencia y que dependía mucho de ellos, pues ya contaba con más de setenta años de edad. Al final, aceptó su partida bajo una condición: escoltar a la princesa mongola Kokachin, en un trayecto por vía marítima, hasta el Ilkanato de Persia para casarse con el príncipe Arghun Kan.
Aunque no hay escritos del propio Marco Polo, se sabe que el viaje duró más de dos años y debido a las tormentas, a los problemas propios de la travesía, a los ataques piratas y a las enfermedades, durante su transcurso murieron más de seiscientos miembros de la tripulación y del grupo de viajeros. Tras atravesar el mar del Sur de China, Sumatra, el Océano Índico, el estrecho de Ormuz y el golfo Pérsico, sólo lograron llegar a Persia un total de dieciocho personas, incluyendo a la princesa mongola y a los propios Polo.
Después de cruzar Armenia, partieron de nuevo desde el puerto turco de Trebizonda, a orillas del mar Negro, hasta Constantinopla –actual Estambul-, donde los turcos se apropiaron de tres cuartos de los tesoros que traían los Polos de China, hasta llegar a Venecia durante el invierno de 1295. Cuando llegaron a casa, sus caras eran extraños para sus propios familiares que apenas los reconocieron, pues además habían olvidado casi su idioma natal. A pesar de eso, fueron recibidos con gran interés a la vez que incredulidad por las historias tan estrambóticas –a oídos de los europeos– que contaban.
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